Lic. Consuelo Martín Fernández [1]

Lic. Guadalupe Pérez Bravo[2]

Los efectos sociales de la crisis que vive Cuba en la década del noventa pueden analizarse desde sus muchas aristas y abordarse desde diferentes disciplinas. Aquí proponemos la arista que enfoca el análisis del fenómeno migratorio vinculado a familia como grupo social y se aborda desde la perspectiva de la Psicología Social.

Desde la relación dialéctica sociedad-grupo-individuo, se considera que la familia es un grupo vulnerable ante la crisis y grandemente impactado por los efectos sociales que le corresponde asumir. La crisis desestructura la cotidianidad social y la familia desarrolla nuevas estrategias para reestructurar la vida cotidiana en cada momento; ahí se ubica el impacto social de la emigración en la familia cubana.

Para el caso que nos ocupa y en las circunstancias actuales el análisis de nuestra cotidianidad conlleva, de forma decisiva, tener en cuenta la relación dialéctica sociedad-grupo-individuo. Los cambios ocurridos en los últimos años a nivel societal han tenido una importante repercusión en la subjetividad, [3] tanto de los grupos como de los individuos que los conforman.

Es estrecha la relación existente entre el determinismo socio-histórico y el carácter activo del hombre, en el cual él analiza la situación social que lo rodea –su cotidianidad– a través de su propia subjetividad, influyendo en sus percepciones, actitudes, valores y normas comportamentales.

El grupo es el intermediario entre el individuo y la sociedad, es decir, las relaciones entre el individuo y la sociedad están mediatizadas por el grupo. Es en el ámbito grupal donde ocurre la formación de principios y valores en el individuo que son expresión de la ideología prevaleciente en el sistema social, por lo que se resalta la importancia del estudio del grupo como unidad social particular.

En el fenómeno migratorio y para la vida cotidiana actual, un grupo emerge debido a sus características e importancia en este proceso: la familia. ¿Por qué decimos esto? La familia, como ya ha sido investigado, [4] emerge como un valor fundamental, tanto para los emigrados como para sus familiares en nuestro país. Esto influye, decisivamente, en el mantenimiento de una relación familiar en el proceso migratorio; relaciones que han estado influidas por un contexto histórico-social determinado, dentro del cual se insertan las pautas que imponen a la relación familiar, las regulaciones migratorias propias de cada período.

Debe tenerse en cuenta que la atracción hacia otros países de nuevos emigrantes se basa en las redes de parentesco; que los lazos y las relaciones familiares posibilitan la conexión concreta de los emigrados con su país de origen, lo cual les permite conocer la realidad cotidiana cubana. Siempre –incluso después de 1959– se han mantenido las redes de parentesco en el proceso migratorio, más allá de las diferencias existentes entre los países de origen y de asentamiento –Ej. Cuba y Estados Unidos– y más allá de la existencia de leyes migratorias que han limitado esa relación. [5]

Se hace evidente así la importancia de la familia como grupo privilegiado en el análisis de este proceso. Es ella el contexto en el cual se confrontan, vivencian y disfrutan o no, los efectos y las consecuencias, tanto de las leyes migratorias como de las relaciones reales en estas redes de parentesco.

De este modo, queda enfocado que en la relación sociedad-grupo-individuo para el estudio que aquí se desarrolla, se le otorga especial importancia al grupo familiar. Se trata pues de entender esa relación diálectica en una dinámica que ubica los efectos sociales de la crisis en una nueva dimensión: la relación sociedad-organización familiar-vida cotidiana.

Crisis de la vida cotidiana

En Cuba, la vida cotidiana en los últimos años ha estado expuesta a cambios constantes. Los que se definen bajo el llamado «período especial» y que, en la mayoría de los casos, se relacionan con una palabra: crisis. En el nivel social general, se evidencian un conjunto de efectos asociados a la crisis económica y, como correlato, se afecta también la organización familiar. Por tanto, se produce una redimensión del ámbito psicosocial cotidiano.

La vida cotidiana se puede comprender desde esa necesaria reiteración de actividades, en tiempos, ritmos y espacios concretos, donde se establecen las relaciones específicamente humanas y que permite la satisfacción, producción y reproducción del sistema biológico, psicológico y social que es la vida misma. Así entendida es fácil suponer que existe una relación estructural necesaria que posibilite esa reiteración o repetición, ya sea en cuanto a la organización familiar, como en el ámbito individual inserto en la esfera laboral, sociopolítica o de tiempo libre. En cualquier caso, su determinación por el contexto histórico concreto permite comprender, como efectos sociales de la crisis, los cambios ocurridos en esos tiempos, ritmos y espacios concretos, que afectan la estructura básica de la vida cotidiana.

Entonces, desde el punto de vista psicosocial, la crisis desestructura la cotidianidad. Los cambios que ello implica provoca cuestionarnos esa vida cotidiana hasta ahora poco pensada y así, la crisis se convierte –sin proponérselo– en el motor que enciende nuestras reflexiones y que nos hace buscar nuevas alternativas para poder enfrentar las situaciones que se presentan, precisamente, por el carácter inédito que adquiere la vida en la solución de los problemas diarios, durante la crisis. Al romper con las formas habituales, la familiaridad acrítica se sustituye por la crítica y la autocrítica, es decir, se separa la fusión con la «obvia» vida cotidiana y toma lugar la transformación –desde la inmediatez– de la propia cotidianidad.

La crisis da lugar a un proceso contradictorio y complejo que cambia de manera notable la dinámica, tanto económica como social, del país. Los cambios originados en el nivel social producen –sin lugar a dudas– cambios en el nivel individual, dada la relación dialéctica entre ambos niveles. Ello implica, a su vez, que se van produciendo determinados cambios en la subjetividad de los individuos inmersos en la crisis. En ese nivel subjetivo se vivencia como una desestructuración, un rompimiento, una disociación entre lo representado –el objeto, la acción– y su propia representación –la percepción del mismo–, entre la realidad y lo simbólico. Entonces, se obliga al sujeto a la búsqueda de nuevos marcos de referencia que se ajusten de un modo más efectivo a su realidad –nueva y cambiante–. Sucede así, debido a que los antiguos esquemas referenciales pierden su valor producto del carácter novedoso e inesperado –y muchas veces impensado– de la cotidianidad en crisis. [6]

Los cambios que trae aparejada la crisis, producen efectos en todos los niveles y en todos los sentidos, lo cual –reiteramos– provoca una fuerte desestructuración en nuestra cotidianidad. Esto, como es de suponer, demanda y propicia la búsqueda de estrategias para solucionar los problemas acarrreados por la crisis porque el ser humano precisa de nuevas estructuraciones que den continuidad a su propia existencia.

Estrategias de solución a la crisis

La literatura revisada explica que las situaciones de crisis desencadenan ansiedades de pérdida y de ataque, las cuales generan diferentes modos de enfrentamiento. En algunas personas, se produce una respuesta activa, de búsqueda para dar solución a los problemas que se les presentan de forma inédita y, por el contrario, en otras se observa que esta situación provoca parálisis o inmovilismo, se retrotraen a que otros se ocupen de las demandas que imponen los cambios sociales. Por su parte, otras personas asumen conductas delictivas o antisociales para afrontar la crisis. Pero también, hay quienes se deciden por el escapismo, la fuga, el irse del país, por no tolerar la presión que ejerce ese cotidiano en crisis. Todas las posibles estrategias –de un modo u otro– están inmersas en la cotidianidad cambiante y las soluciones se buscan dentro de las dinámica de cambio social en el país; con excepción de la última, cuya particularidad radica en que la toma de decisión para salir del país sí depende de lo antes expresado, pero la solución misma se estructura en la realidad cotidiana de la sociedad receptora.

¿Como se ve esto en nuestro país?. Son muchas las variantes y las posibilidades; y aparecen casi siempre mezclándose uno u otro tipo de las antes reseñadas. A modo de ejemplo, podemos citar algunas de las respuestas –estrategias de enfrentamiento o efectos sociales de la crisis– que habitualmente tienen las personas: se van a trabajar a sectores donde reciban algún ingreso en divisas o una mayor entrada monetaria en pesos cubanos; cambian la guagua por la bicicleta para transportarse; empiezan a reflexionar en las causas de la situación con el fin de llegar a resolverlas; se sientan en sus casas a esperar que todo «vuelva a ser como antes», mientras los consume la rutina. Por otra parte, los que no soportan las presiones cotidianas y evaden la realidad pueden tomar conductas evasivas o autodestructivas como las que caracterizan al alcoholismo y la drogadicción –aspectos que ameritan ser atendidos y estudiados a profundidad–. Como conductas delictivas y antisociales, se refieren al robo, la malversación, el mercado negro y el llamado jineterismo –prostitutas y proxenetas–, respuestas que van desde el delito propiamente dicho, hasta la transgresión de lo socialmente establecido por los valores que propugna nuestra sociedad y que, lamentablemente, pasan a ser «permitidos» y «aceptados» en cierta medida como «inevitables» por las condiciones actuales del país. ¿Serán pasajeros o coyunturales en función de la crisis, o serán nuevas estructuraciones asumidas desde este cotidiano en crisis? Reflexionar en estos aspectos es muy importante, pero forma parte de otro análisis en el cual no nos detendremos aquí.

Dentro de nuestra cotidianidad, la familia cubana se ha visto obligada a satisfacer un conjunto de necesidades de sus miembros, las cuales no puede continuar satisfaciendo de la forma habitual o por las vías tradicionalmente establecidas. Es por esto que está obligada a tomar una serie de alternativas para solucionar esta nueva cotidianidad que se le presenta cambiante. Las nuevas estrategias de solución no necesariamente se ubican en torno a los determinantes que valorizan el trabajo social, sino que incluyen nuevas variantes, propiamente familiares. En general, giran en torno al alquiler de las viviendas, los paladares o trabajos por cuenta propia que integran a miembros de la familia, el mercado negro, los vendedores ambulantes o quienes tocan en las casas para vender algo –llamados puertapropistas–, y también las remesas de familiares en el exterior, entre otras. Todas ellas emergen como soluciones para satisfacer las necesidades económicas de las organizaciones familiares, pues la familia es uno de los grupos más vulnerables y fuertemente afectado desde el inicio de la crisis.Aquí interesa enfocar, por el objeto de estudio en cuestión, aquellos comportamientos que, en particular, son respuestas que se vinculan directamente con el proceso migratorio, las cuales también reflejan efectos sociales de la crisis. Se observan condiciones que propician el desarrollo de una nueva forma de pensar el papel de la emigración y de la familia cubana emigrada. Dentro de las posibles variantes, se ubica la reactivación de la emigración, tanto por el establecimiento de relaciones familiares con los emigrados y el consecuente redimencionamiento del papel de la familia emigrada; como por la vinculación de la toma de decisión de emigrar asociada a una estrategia de solución a la crisis.

Desde este punto de vista, las motivaciones para emigrar incluyen no sólo aspectos de índole económico, político o familiar, sino que compendian todos ellos en una dinámica contradictoria que se refleja como efecto social de la crisis. Optar por irse del país significa evadir las presiones de la crisis en su cotidianidad y buscar nuevas estructuraciones, pero en la realidad de otra vida cotidiana. La emigración como solución a los problemas cotidianos ha sido una estrategia asumida, que refleja un alza abrupto –sobre todo de la emigración ilegal– a partir de la década del noventa. Las cifras muestran que entre 1991 y 1994, los balseros llegados a Estados Unidos fueron 13,147 y las salidas ilegales frustradas por las autoridades cubanas fueron de 36,208. [7] Si a ellos se suman los emigrados ilegales en la Base Naval de Guantánamo, llegan a la cifra –en el período del ’90 al ’94– de 45,479. Y, además, se deben adicionar a los que viajan con permiso de salida temporal y luego no regresan, quienes alcanzaron la cifra de 15,675. [8] Se observa que este efecto social de la crisis engloba a una cantidad no despreciable de personas, cuya estrategia de solución ha sido la emigración definitiva del país.

Por su parte, es importante destacar que en esta etapa de crisis-cambios, podría decirse que la función económica de la familia se torna en el cumplimiento de sus miembros residentes dentro y/o fuera de Cuba. Esto se refiere a la posibilidad que encierra una buena relación con los familiares emigrados pues, con sus remesas de dinero y el envío de paquetes, pueden ayudar a disminuir el desfazaje existente entre la necesidad y la satisfacción de esa necesidad, acrecentada por esta crisis económica actual. Como ejemplo puntual, se puede citar la reacción inmediata de la familia emigrada en cuanto al envío de ayuda a sus familiares en Cuba, luego de la despenalización de la tenencia de divisas en julio de 1993. [9] Sucede que:

– entre marzo y mayo/1993 se recibieron 500 paquetes diarios con medicinas y ropas, sin alimentos por restricciones aduanales y fitosanitarias;

– en mayo/1993 se elimina la restricción para productos alimenticios en conserva, por lo que se llega a duplicar la cifra diaria en julio y agosto/1993, con paquetes de alimentos medicinas y ropas; y ya

– en septiembre/1993 pasan a primer lugar las remesas de dinero. Disminuyen los paquetes (a menos de la mitad que en agosto de ese mismo año), los que en su mayoría contienen medicamentos. Al comenzar las remesas se reciben entre 100 y 200 diarias; la media de importe por remesa era entre 220 y 230 USD (recuérdese que se permitía enviar hasta 300 usd en tres meses por cada persona a una misma familia).

Se constata así otro efecto social de la crisis. Se puede señalar el hecho de que aparece para las familias cubanas una posible estrategia de solución a la crisis, en la solicitud de ayuda económica a sus familiares en el exterior.

Papel de la familia cubana emigrada

En nuestros días, la familia cubana emigrada pasa a formar un poderoso sustento económico; sobre todo en el contexto de la crisis que se refleja en una sociedad donde el salario devengado –según la inserción laboral en el sector tradicional– no es suficiente para resolver las necesidades cotidianas. Condicionado por esta determinación histórico-concreta, el papel otorgado a la familia cubana emigrada es de ayuda a sus familiares en Cuba. [10]

Concretamente, la ayuda es entendida en dos sentidos. En uno, como el envío de recursos, sobre todo de las remesas de dinero. Y en otro, como reclamo migratorio. Este segundo caso, es resaltado por aquellas personas que explicitan sus deseos de emigrar, quienes –por lo general– depositan en sus familiares la responsabilidad de llevar a cabo su propósito. Y, en este segundo sentido, la ayuda se asocia a la función de atracción de las redes de parentesco en el proceso migratorio.

En ocasiones, la ayuda aparece hiperbolizada por los cubanos que viven en la Isla. Ello se constata en que, muchas veces, se «exige» la ayuda sin tener en cuenta las posibilidades reales de la situación económica del familiar emigrado y, por otra parte, se considera una «despreocupación» de su parte el no cumplir con este deber familiar. Esta situación deviene en fuente de tensiones y conflictos familiares, los cuales se asocian a los «deberes y derechos» que se enmarcan en la función de ayuda las redes de parentesco antes mencionadas.

Probablemente, en la emigración cubana se sobresolapan ese tipo de conflictos, propios de las dinámicas familiares, por los emergentes ideo-políticos del contexto en que ha tenido lugar el proceso migratorio. Una asociación libre de palabras con relación al «familiar emigrado» –para la gran mayoría de las personas– por primera vez en los noventa, deviene esencialmente en «ayuda». Esto no sucedía con anterioridad, es decir, que se producían otro tipo de asociaciones como: «señalarte, prohibido, ocultarlo» en la etapa del principio de la Revolución, o como: «vergüenza, desagradable, cuidarme, rechazo», en los años ochenta.

Por otra parte, como efecto social de la crisis, al valorar la mejor familia emigrada se observa que no sólo hay una exhaltación de lo material sino que también se habla en términos de comunicación y mantenimiento de relaciones familiares afectivas, vinculadas con el propio hecho de «ayudarse entre las familias». Los que unen la ayuda material y monetaria al reclamo migratorio, lo vinculan también a la reunificación familiar en el exterior; consideran que los familiares emigrados están «haciendo esfuerzos para poder tramitar la salida pues una reclamación beneficiaría tanto, sentimentalmente, en las relaciones familiares, como en la solución futura de los problemas inmediatos».

Emigrar como solución a la crisis

La vinculación en la vida cotidiana, de la decisión de emigrar y las relaciones familiares con los emigrados, se constata en los resultados del estudio. Se demuestra que, como efecto social de la crisis, la emigración es una estrategia evidente en los noventa.

Las valoraciones sobre la vida cotidiana giran en torno a percepciones desfavorables para la inmensa mayoría del grupo estudiado. Dichas valoraciones son percibidas, a veces, en extremos sumamente negativos. La vida cotidiana como: recondenación; horrorosa; desgracia; infierno; agonía; tragedia. Otras palabras, en cierto grado desfavorables, la perciben como: sacrificio; agitación; frustración; insoportable; difícil.

Las valoraciones no negativas de esta cotidianidad son muy escasas y se mantienen en un continuo de neutras a favorables. Por ejemplo, percepciones como: reto; sorpresa; regular; resistir; de lucha; de trabajo; aceptable; felicidad. Por su contenido, no suele valorarse lo cotidiano actual como positivo, pues –incluso la referencia a la felicidad– se presenta dependiente de haber encontrado un bienestar económico que permita dar soluciones a los problemas que acarrea la situación de crisis.

En general, a las condicionantes del contexto cotidiano se asocian la decisión de emigrar y sus causas. Es una relación que encierra la dinámica y la diálectica contradictoria del propio proceso migratorio.

Es interesante señalar que si bien son pocos los que tienen esa percepción de neutra a favorable, de ellos la inmensa mayoría no desean emigrar. En este sentido, las razones para no emigrar giran en torno a tres grandes grupos, que se interrelacionan para cada sujeto de modo particular. De orden social: la existencia de sentimientos patrios, como la cubanía y el amor a la patria, la necesidad de vivir en el lugar donde uno nace y crecer en la sociedad cubana. De orden familiar: el hecho de tener que asumir la separación de sus familiares, lo cual se vivencia con cierto grado de angustia por los conflictos que generan los cambios en la convivencia producto de la separación física al emigrar, asunción de los roles ausentes, etc. De orden personal: condicionamientos biológicos como la salud y la edad; factor que es visto como impedimento al valorar la emigración como un acto típico de jóvenes y porque no hay cabida para un «viejo» en una sociedad como la norteamericana.

En estas personas, se puede observar que las valoraciones giran en torno a disímiles puntos. Pero, en general, se aprecia la tendencia a que quienes mejor vivencian su vida cotidiana, en una mucho mayor proporción, no desean emigrar. Esto no quiere decir, que se cumpla lo contrario para todos los casos, es decir, se apoya la idea de que emigrar es una solución a la crisis, pero se constata que no todos lo harían. También hay personas cuya experiencia cotidiana se valora negativamente y, sin embargo, no desean emigrar y lo argumentan a partir de las mismas razones de órdenes social, familiar y personal, planteadas anteriormente.

No obstante, en este estudio concreto, quienes perciben su vida cotidiana en forma desfavorable, la mayoría desea emigrar como una forma de buscar nuevas soluciones a la situación actual; para resolver los problemas económicos; para tener una vida mejor. Hay quien lo condiciona a la existencia de la crisis y emigraría para mejorar la vida económica porque a la situación de Cuba es insoportable; de lo contrario, nunca sería un emigrante. Y hay quienes hacen referencia a que la causa está en las dificultades en cuanto a la retribución-satisfacción con el trabajo que realizan y emigran para trabajando cubrir las necesidades primarias, que aquí ni trabajando las puedes cubrir; para vivir en el amplio sentido de la palabra porque aquí te matas trabajando y no ves que con el resultado puedas satisfacer tus necesidades.

Otros explicitan en la causa de su emigración el sentido personal que encierra beneficios que reportaría a sus familiares, emigran para tener un futuro mejor personal y familiar; para vivir como un ser humano necesita y para que los hijos tengan lo que nunca han podido tener; para mejorar la situación y darle a los hijos lo que en Cuba nunca podré darles. Las expectativas son altas y, probablemente, con una gran idealización de poder conseguir la satisfacción inmediata de sus planes de vida, ello implica la tendencia a subvalorar lo cotidiano-conocido en contraposición con lo esperado, todo lo cual se inserta como efecto de la crisis. Aquí aparecen otras causas relacionadas con cierta incertidumbre y pesimismo sobre el futuro que vislumbran para Cuba dada la situación actual; concretamente, emigran por prevención al futuro; porque se sienten defraudados con este futuro, la situación es y va a seguir siendo mala, entonces, el futuro aquí es incierto y seguirá habiendo emigración.

Por su parte, aunque son muy pocos, también hay quienes argumentan su emigración por problemas políticos; por no estar de acuerdo con este sistema; quieren buscar una mejoría económica y una apertura política; piensan que la emigración se produce por razones tanto económicas, como políticas y sociales.

Como se observa, hay diversas valoraciones en torno al porqué se emigra. Sin embargo, se destaca para este contexto y como efecto de la crisis, una percepción mayoritaria de emigrar para solucionar los problemas que se presentan a diario en la vida cotidiana.

Esta racional no está excenta de conflictos y contradicciones en torno a la situación de crisis y propia emigración. Hay personas que se encuentran indecisas. Para ellos entra en contradicción la solución a esta cotidianidad en crisis y el hecho de mantener la unión familiar. Emigraría, por una parte si y por otra no, porque dejaría aquí a la familia, pero por otro lado, no es fácil vivir aquí y la familia necesita el dinero que pueda enviar después para mantenerse económicamente en el país.

Existen personas que se encuentran en la disyuntiva en cuanto a la toma de decisión de emigrar. Unos, que dicen no desear emigrar, agregan que de prolongarse la situación actual lo pensarían. Otros opinan que no saben si emigrarían pues contraponen la situación de la vida cotidiana actual a sus sentimientos patrios porque, por una parte, la situación económica es muy critica, aquí no se vive más bien se trata de sobrevivir; pero por otra parte, considera que le costaría trabajo desprenderse de su lugar de origen; es bueno conocer otros lugares y poder conseguir dólares para resolver la situación personal y familiar –aunque sea momentáneamente–, pero no tener que irse definitivamente del país.

En ocasiones se plantea el hecho de emigrar, pero no de modo definitivo. Este es un cambio en la percepción sobre la emigración que se puede considerar como un efecto social de la crisis. En este caso, se refieren diferentes causas, saldría del país pero sólo por un período de tiempo determinado porque siempre se deja atrás una parte de la familia, porque considera valiosa su integración social actual y sus convicciones; viajaría para conocer otras cosas y saber como se ve Cuba desde fuera, para poder valorar lo que se puede conservar y lo que no de lo que tenemos aquí; emigraría si supiera que podría virar cuando quisiera, si emigrar no fuera un destierro, si resolviera los problemas económicos familiares.

Las espectativas en torno al papel de la familia emigrada y la emigración dentro de cinco años, también reflejan la dinámica antes planteada en torno a los determinantes histórico-concretos. En el primer caso, muchos plantean que apoyan la decisión de emigrar de un miembro de su familia pues es necesario para solucionar las dificultades que se confrontan a diario, asimismo consideran perfectamente válido el establecer o mantener relaciones con sus familiares ya emigrados, en función del apoyo que les puedan brindar. En el segundo caso, para gran cantidad de personas la perspectiva de emigración dentro de cinco años, fundamentalmente, aumentaría o disminuiría en función de la situación económica del país, de mantenerse la crisis actual, emigrar será siempre una estrategia de solución a los problemas cotidianos. En el análisis de la asociación de palabras, se constata que para más de la mitad del total estudiado, actualmente se asocia el emigrar con palabras que presentan a la emigración como solución: salvación; evolución; desarrollo; vía de escape; solución a necesidades económicas; por la situación actual. Y también, en ocasiones, se percibe como un beneficio: satisfacción; oportunidad; suerte; lo mejor.

En resumen, el análisis corrobora que existe la percepción de la emigración como solución al problema actual para la mayoría de los casos. Ellos esperan, con la emigración, el beneficio de salir en busca de una vida excenta de los problemas cotidianos que han desestrucutrado su organización familiar producto de la crisis.

Consideraciones finales

Las relaciones entre los cubanos que viven en la Isla y los cubanos emigrados, han estado determinadas por las condiciones histórico concretas de la vida cotidiana. Esta afirmación es, en general, válida para cualquier momento del desarrollo histórico del país y, en particular, aquí se constata para los años noventa, donde se ubican los efectos sociales de la crisis relativos a emigración y familia.

La coyuntura especial de los noventa, marca pautas con relación al establecimiento de una nueva forma de pensar sobre el papel de la familia cubana emigrada y sobre la emigración. En este el contexto histórico concreto, se ponen de manifiesto los emergentes que relacionan vida cotidiana y emigración, como efectos sociales de la crisis.

El hecho de otorgar un papel de ayuda a la familia cubana emigrada provoca un efecto social colateral: cierta tendencia que influye –pero no de forma aislada– sobre la existencia de una connotación social positiva de la emigración en cuanto a las relaciones familiares. Junto a ella, actúan las causas que conducen a tomar el camino de emigrar. Y en ambos casos, se ubican amparadas por los cambios ocurridos en estos años en cuanto a la percepción de la política migratoria, en particular, las medidas tomadas por el proceso de flexibilización de regulaciones migratorias cubanas y los acuerdos migratorios firmados entre Cuba y Estados Unidos.

La investigación demuestra que –mayoritaríamente–, en la población existe la percepción de la emigración como una solución a la crisis actual de la cotidianidad. Por lo general, ella aparece unida a la percepción de una vida cotidiana actual desfavorable. Sin embargo, sucede que la aceptación de esta solución como válida, no implica una toma de decisión automática. También, existe una parte considerable de personas que no hacen suya esta vía de solución a sus problemas cotidianos. Por tanto, es evidente que las crisis sociales provocan efectos diversos y, aparentemente, contradictorios, pero explicables desde la realidad cotidiana.

Colateralmente, se constata que en todos los casos el país de referencia al hablar de emigración es Estados Unidos. Esto ocurre tanto en los sujetos que desean emigrar como en los que no lo desean. «Irse para allá» y «se va del país» son frases donde queda implícito que el destino de la emigración es el territorio estadounidense; si es hacia otro país, la frase es «se va para…» y queda explícito el destino. Razones históricas y contemporáneas –más conocidas– explican las influencias permanentes sobre esa representación social del destino de la emigración cubana. También aquí se corrobora, pues las personas con deseos de emigrar expresan su intensión de residir en Estados Unidos.

En apretada síntesis, es necesario reflexionar en torno a los efectos sociales de la crisis relativos a emigración y familia. Hay que enfatizar que la situación particular que adopta la vida cotidiana actual en Cuba, ha generado una nueva forma de pensar y actuar con relación a la emigración que propende y respalda una percepción social positiva del propio proceso migratorio. Ella se encuentra signada por el otorgamiento de un papel de ayuda a la familia cubana emigrada y por la visión de la emigración como una vía de solución a los problemas de la crisis en la cotidianidad.

Los cambios percibidos y constatados por la familia en Cuba se han desarrollado en un contexto concreto de cambio social general, en relación con la percepción de cambios en el discurso social y en la política migratoria. Queda demostrada la necesaria atención que requiere este fenómeno y sus condicionantes, en función de la normalización del proceso migratorio cubano, el cual incluye –como determinante– una relación favorable en el nivel familiar.

NOTAS

[1]Psicóloga. Docente e investigadora. CEAP. U. de La Habana.

[2] Psicóloga. Centro de estudios sobre la juventud.

[3] La subjetividad es: «una construcción socio-psicológica que se erige como producto de una permanente interpenetración de lo individual, lo grupal y lo social y que se proyecta en contextos sociales específicos como las normas de actuar, de pensar y de sentir desde los cuales se organizan y se hacen tangibles las individualidades que acompañan el recorrido de lo humano en el seno de su mayor y más compleja construcción: la sociedad». Tomado de: Fuentes, M. «Subjetividad y realidad social. Una aproximación socio-psicológica». Fac. Psicolgía/UH. Octubre 1994.

[4] Así lo demuestran diferentes investigaciones realizadas en nuestro país, por distintos especialistas de instituciones tales como: Facultad de Psicología y CEAP de la UH, CIPS/CITMA, etc.

[5] Para profundizar sobre estas relaciones familiares ver: Gonzáles, N. «Estudio de las Redes de parentesco en el proceso migratorio Cuba-EEUU», Trab. Diploma, Fac. Psicología, 1995.

[6] Martín, C.; M. Perera y M. Díaz. «¿Qué tú dices? ¡Imagínate tú! Una mirada sociopsicológica a la vida cotidiana cubana». Aprobado para publicar en Revista Temas, 1996. Inédito.

[7] Tomado de: Rodríguez Chávez, E. «La crisis migratoria Estados Unidos-Cuba en el verano de 1994». Compilado por Mirian Quintana. Dossier, Sección de información científica, Centro de Estudios de América, 1995.

[8] Milán, G. «Estimación de cubanos en el exterior». Aparece en: Anuario CEAP 1995 (en proceso editorial).

[9] Los datos que aparecen en cuanto al envío de remesas y paquetes fueron tomados de: Martín, C. «La emigración cubana y la familia», CEAP 1993. Se debe tener en cuenta que estos datos se refieren sólo a Estados Unidos, pero resultan representativos debido a ser este el principal país receptor hacia el cual se dirigen los emigrantes cubanos.

[10] Las consideraciones aquí planteadas se sustentan a partir de los resultados de un estudio realizado en el primer semestre de 1996, en Ciudad de La Habana. Los datos específicos son tomados de: Pérez, Guadalupe. «La familia habla sobre emigración y vida cotidiana», Trabajo de Diploma, Fac. Psicología, 1996.

Efectos de la crisis relativos a emigración y familia cubanas.

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