Graciela Castro

PRÓLOGO

“……….Vaya uno a saber cómo será el mundo más allá del año 2000. Tenemos una única certeza: si todavía estamos ahí, para entonces ya seremos gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Sin embargo, aunque no podemos adivinar el mundo que será, bien podemos imaginar el que queremos que sea. El derecho de soñar no figura entre los treinta derechos humanos que las Naciones Unidas proclamaron a fines de 1948. Pero si no fuera por él, y por las aguas que da de beber, los demás derechos se morirían de sed.

Deliremos pues, por un ratito. El mundo, que está patas arriba, se pondrá sobre sus pies:

– En las calles, los automóviles serán pisados por los perros.

– El aire estará limpio de los venenos de las máquinas, y no tendrá más contaminación que la que emana de los miedos humanos y de las humanas pasiones.

– La gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada en el supermercado, ni será mirada por el televisor.

– El televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como una planta o el lavarropas.

– La gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar.

– En ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a hacer el servicio militar, sino los que quieran hacerlo.

– Los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas.

– Los cocineros no creerán que a los pobres les encanta comer promesas.

– El mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra por siempre jamás.

– Nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión.

– Los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle.

– Los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos.

– La educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla.

– La policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla.

– La justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda.

– Una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de Estados Unidos de América. Una mujer, india, gobernará Guatemala y otra, Perú.

– En Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en tiempos de la amnesia obligatoria.

– La Santa Madre Iglesia corregirá algunas erratas de las piedras de Moisés. El sexto mandamiento ordenará “Festejarás el cuerpo”. El noveno, que desconfía del deseo, lo declarará sagrado.

– La Iglesia también dictará un undécimo mandamiento, que se le había olvidado al Señor: “Amarás a la naturaleza, de la que formas parte”.

– Todos los penitentes serán celebrantes, y no habrá noche que no sea vivida como si fuera la última, ni día que no sea vivido como si fuera el primero.

Eduardo Galeano: El derecho de soñar

Escenarios de fin de milenio

“ aquí arriba me siento poderoso

frágil y deleznable

y voy callado pero

puede que me haga añicos cuando hable…”

Mario Benedetti: Nivel de vuelo 350

Mientras se autoconvencía que por ser una mujer racional no podía dejarse invadir por el miedo y sus consecuentes conductas fóbicas, dirigió su mirada hacia la ventanilla: un atardecer totalmente soleado le devolvió cierta calma al pensar que no hallarían turbulencias que alteraran su control emotivo.

No era la primera vez que con su mirada había ido recorriendo los espacios que desde la ventanilla le mostraban una típica imagen de un puzzle multiforme, cuyos colores iban desde tonalidades marrones, matices de verdes y algunos grises anunciando poblados. Hacia arriba, un cielo absolutamente carente de nubes.

Con su mano izquierda tomó el pequeño vaso que previamente había depositado sobre la mesa del asiento contiguo y tomó un sorbo de café. Luego, mientras bebía el agua del otro vaso, observó el nombre de la compañía aérea y su slogan: “La mejor opción”. Respiró profundamente. Volvió a mirar por la ventanilla en el momento que el comandante anunciaba algunos datos técnicos sin sentido para ella y luego ese otro que contribuiría a mantener su calma: el estado del tiempo era óptimo para el vuelo.

En algo más de una hora estaría en su hogar, con sus entrañables afectos y su perro olfateando, como ya era habitual, cada cosa incluida en su equipaje. Se acomodó los anteojos; miró a su alrededor: el vuelo no estaba completo.

La azafata volvió a ofrecer café lo cual aceptaron numerosos pasajeros. Ella rompió el extremo del sobrecito que contenía la crema y luego, mientras hacía girar una y otra vez la cucharita en el café, volvió a mirar el nombre de la empresa; al instante giró la cabeza hacia afuera, posteriormente observó la hora en su reloj y respiró profundamente mientras se decía para sí: – siempre fui una persona racional.

Era circunstancial ese modo de comportarse?. Si siempre había sido una persona racional, a qué respondía esa sucesión de comportamientos que venía desarrollando en las últimas semanas?. Una sólo palabra bastaba para definir esos modos de actuar: miedo. No era la primera vez en su vida que experimentaba esa emoción. Si bien el aspecto amenazado era el mismo, difería totalmente el objeto amenazante: en los ’70, al igual que miles y miles de argentinos, por no hacer caso a la consigna – no escrita por cierto pero planteada como modo de vida por la dictadura- que exigía “no pensar, no cuestionar”, también su vida había estado en riesgo. A fines de los ’90 – tal vez con muchos sueños que quedaron en el camino- nuevamente volvía a sentir la amenaza sobre su vida como producto de la inseguridad que resultaba de la irresponsabilidad de algunos empresarios para quienes reducir costos implicaba disminuir los necesarios controles de seguridad, dejando de lado, por consiguiente, el respeto por la vida humana.

La autoconvencida “mujer racional”, como millones de argentinos, aún conservaba en su memoria imágenes de tragedia, de incertidumbre, que mostraban lo peligroso que podría resultar ser un circunstancial pasajero de avión en la Argentina de los noventa.

En la vida de todos los seres vivos, el miedo es una emoción capaz de asomarse en cualquier momento. Ya los psicólogos han dedicado numerosos textos para su análisis y superación. Pero el fin de milenio evidencia la presencia de nuevos miedos vinculados con lo urbano y sus prácticas ciudadanas. Así en el cielo como en la tierra, la inseguridad se ha instalado en la vida cotidiana de los argentinos. Esta situación no puede explicarse desde la simple enunciación de fobias individuales. Es preciso incluir en dicho análisis elementos que provienen de un tiempo político particular, ya que su incidencia ocasiona una desestructuración en la propia cotidianidad que supera lo meramente individual.

A fin de realizar una aproximación a la comprensión del tema, se considera apropiado efectuar un recorrido teórico donde el eje central lo constituye la categoría de vida cotidiana. A continuación se analizarán las características que fue asumiendo dicha categoría en las tres últimas décadas en la Argentina y su vinculación con aspectos sociopolíticos. Así mismo, se dedicará un apartado especial para el análisis de la relación entre la sociedad civil y la sociedad política; la emergencia de nuevos modos de participación en tiempos de fragmentación política y globalización económica y la redefinición de las variables Tiempo y Espacio como aspectos organizadores de la cotidianidad.

La invasión de la tibieza

“ pero una madrugada forzaron las puertas

nos allanaron el desván y la memoria

decidieron por nosotros en la mitad de la duda

nos quitaron los fantasmas y los papeles

levantaron un cepo de palabras

y un corral de miedos donde abandonarnos”

Mario Benedetti: Ceremonias

La vida cotidiana se tematiza como categoría de análisis cuando la subjetividad se vio invadida por la violencia, el miedo y la sospecha que caracterizaron los modos de vida en la latinoamérica de los setenta. El mundo privado estaba aherrojado por el mundo público y el mundo público ocupado por el autoritarismo de la dictadura. Tal era la situación que caracterizaba a los países del cono sur por aquellos años. Décadas más tarde, contando con la difusión periodística del tema, no habría espacio para argumentar el desconocimiento acerca del Plan Cóndor; nefasto plan que igualó en el horror a los latinoamericanos.

Los gobiernos que se sucedieron, en particular en Argentina durante la década del ’70, no sólo afectaron las organizaciones formales del país. Su incidencia también se extendió hasta el ámbito privado alterando sustancialmente las relaciones sociales. Así, el espacio que concierne a lo laboral, como así también a lo político, tanto como a la educación, el sindicalismo y la cultura, se vieron sometidos a las reglas de juego que imponía la dictadura, cuyo discurso y la acción consecuente, se estructuraron bajo la consigna de la Doctrina de la seguridad nacional, que demandaba “eliminar la subversión” a fin de salvar a la “sociedad occidental y cristiana” del enemigo simbolizado por el “comunismo”. Amparándose en este discurso, se intentó destruir todo lo que – a partir de la mirada del poder vigente en ese momento- era percibido como “diferente”. Ya sea en al ámbito público como en el privado, todas aquellas conductas, actitudes, opiniones y pensamientos que permitían inferir algo diferente frente al discurso oficial, pasaron a engrosar la categoría de “peligroso”. El ciudadano comenzó a cargar sobre sí el rótulo de sospechoso, mientras “el otro” simbolizaba desconfianza y el precio para sobrevivir discurría entre el silencio y la soledad. Ante esta situación de sospecha e incertidumbre y frente a la amenaza que se reflejaba en las relaciones interpersonales, los espacios de participación se fueron reduciendo profundamente.

Durante la década del ’80 se comenzó a producir el reingreso de los países latinoamericanos al sistema democrático. En la Argentina, la dictadura militar había significado una dramática alteración de la vida cotidiana: miedos, muertes, desapariciones, exilios internos y externos; congelamiento político, graduados universitarios sin poder ejercer su profesión, violencia, familias desestructuradas; en definitiva, el autoritarismo introducido capilarmente en la sociedad. De allí que iniciar una forma de vida donde volviesen a despleglarse valores esenciales de la ética, como así también desarrollar un espacio de respeto a los derechos humanos y sociales, significaba un aprendizaje complejo. Las relaciones interpersonales deberían incorporar actitudes que dejaran atrás la sospecha y la incertidumbre, las cuales habían limitado enormemente los espacios de confianza hacia el otro. Al autoritarismo se debería oponer la tolerancia. Pero no era suficiente un mero voluntarismo, pues el establecimiento de una cultura democrática requería la conformación de un imaginario social donde instituciones esenciales tales como la justicia y la educación ocuparan un espacio fundamental.

Aquellas circunstancias incidieron en la tematización de la vida cotidiana dentro de las ciencias sociales, no produciéndose su incorporación de manera azarosa o meramente casual. No sólo había quedado en evidencia que esta esfera sería el ámbito en el cual los gobiernos autoritarios hicieron sentir su dramática influencia, sino que, tras el reingreso a la democracia, los propios cientistas sociales advirtieron la necesidad de investigar y analizar comportamientos y situaciones sobre las cuales el autoritarismo había dejado sus huellas, pero también analizar los modos de actuar que resultaban de la nueva situación política y su incidencia en la conducta de la gente. Se hacía preciso dirigir la mirada del investigador hacia los microespacios sociales alterados substancialmente como consecuencia de la dictadura, al tiempo que se comenzaban a incorporar en la agenda pública, diversos tópicos que antes correspondían al ámbito privado.

En la Argentina, la década del ’80, al tiempo que significó el resurgimiento de ilusiones, también instaló en la sociedad un nuevo estado emocional: el desencanto. Este comportamiento propio de las democracias – y que ya había sido observado por Ludolfo Paramio en la España posfranquista – deviene como consecuencia de la sobrecarga de expectativas que los ciudadanos depositan en el sistema democrático, y en particular, acentuadas tras haber soportado regímenes autoritarios. Así, el gobierno radical que inició su período de gobierno el 10 de diciembre de 1983, con la carga simbólica que significaba la fecha y reiterando como “un rezo laico” el preámbulo de la Constitución argentina en cada acto de campaña, con el transcurrir del tiempo demostró que las promesas electorales demandaban superar barreras que la realidad obturaba. Junto a los intereses de las corporaciones, compromisos económicos internacionales y demandas de la ciudadanía, el gobierno de Raúl Alfonsín no pudo hacer realidad las expectativas que amplios sectores de la sociedad habían depositado en su plan de gobierno. Estas circunstancias fueron haciendo oscilar el estado de ánimo de los argentinos hacia el descontento, produciendo en algunos sectores una actitud de rechazo que confundía peligrosamente gobierno con sistema, reforzado ello con espasmódicas presencias de fantasmas autoritarios. La vida cotidiana de los argentinos demandaba reconstruir espacios de convivencia e incorporar aprendizajes y discursos inherentes a los heterogéneos ámbitos de la nueva realidad.

Ante el desencanto observado en una parte importante de la sociedad argentina, en los ’90, el discurso populista y la consecuente mise en scéne que proponía el candidato a la presidencia por el partido justicialista, el humor ciudadano halló en él la vía propicia para retornar el péndulo hacia el reencantamiento. Se inició así una cierta etapa de euforia cargada de promesas de bienestar y, a poco de andar, la adopción por parte del gobierno de Carlos Menem de determinadas medidas económicas, pusieron una luz roja para las promesas electorales. Con el transcurrir del tiempo los argentinos fueron incorporando a su discurso diario, palabras tales como: privatización, reforma del Estado, mercado, llegando a tornarse éste último en un fetiche. Por su parte, las relaciones interpersonales también fueron adquiriendo los matices propios de la mercantilización, donde la creación de necesidades y su consecuente satisfacción, marcaron diferencias y desigualdades hacia el interior de la sociedad. Sin duda que esa mercantilización de las relaciones y la posibilidad de seguir contando con determinados satisfactores, fue uno de los motivos fundamentales para la continuidad del gobierno justicialista en el poder formal.

Afianzado con el aval que significó la reelección, el gobierno continuó profundizando las medidas de ajuste económico y nuevamente el atribulado ciudadano debió incorporar otras palabras a su discurso diario, pero en esta ocasión sin la carga de fantasías propias de otras condiciones económicas más favorables. Desempleo, precarización y flexibilización pasaron a ser no sólo nuevos vocablos sino esencialmente situaciones vivenciadas cada vez más por amplios sectores de la sociedad argentina. La profundización del ajuste también trajo consigo la exclusión social y la pobreza adquirió patéticas imágenes que condujeron a protestas sociales, las cuales mostraron que el descontento, esta vez, rozaba los modos habituales de hacer política. El descreimiento y la desconfianza hacia la clase política y las organizaciones sindicales, permitió percibir la conformación de nuevos movimientos sociales que llevaran adelante la protesta. A la crisis generalizada, se agregó la violencia y particularmente una ominosa situación de impunidad en esferas relacionas con el poder formal.

Miedos, sospechas, violencia, expectativas, encantamiento, crisis, exclusión, desencanto, inseguridad. Emociones y modos de comportarse observables en la vida de los argentinos de las tres últimas décadas que llevarían a los cientistas sociales a plantearse la necesidad de analizar los microespacios sociales. Es allí donde la vida cotidiana se presenta como la esfera propicia para acercarse a dicho análisis. De tal modo, considerándola una categoría de análisis, se la ha definido como[1] un espacio de construcción y atravesamiento donde el hombre va conformando la subjetividad y la identidad social. De ello se desprende que una de sus características esenciales se refiere al dinamismo de su construcción y a la influencia que en dicha construcción tienen aspectos que provienen de condiciones externas al individuo, tales como los referidos a factores socioeconómicos, políticos y culturales. En ese espacio el hombre conformará su subjetividad, esto es, el proceso de construcción del propio yo, que al decir de Castoriadis implica un proyecto social histórico[2]. La subjetividad es algo que debe ser creado y mantenido habitualmente por el individuo. En tal sentido se acuerda con la definición que acerca de dicha categoría expresara oportunamente Mara Fuentes al afirmar que[3]

“entiendo la subjetividad como una construcción sociopsicológica que se erige como un producto de una permanente interpenetración de lo individual, lo grupal y lo social y que se proyecta en contextos sociales específicos como las formas de actuar, de pensar y de sentir desde las cuales se organizan y se hacen tangibles las individualidades que acompañan el recorrido de lo humano en el seno de su mayor y más compleja construcción: la sociedad”.

La identidad social por su parte se entenderá como la fuente de sentido construida a partir de las instituciones dominantes que el individuo incorpora como propia actuando en consecuencia. Ambas instancias, la subjetividad y la identidad social, comparten una esfera común de construcción: la vida cotidiana, la cual se manifiesta en los siguientes ámbitos de heterogeneidad: a) laboral; b) familiar; c) cultural; d) sociedad civil; e)personal. Cada uno de estos ámbitos se interrelacionan entre sí, de modo tal que una alteración o modificación en alguno de ellos, impactará en la organización y desarrollo de los otros.

En su momento Agnes Heller había afirmado que sin la vida cotidiana no hay sociedad[4] y ésta manifiesta cambios que en ocasiones pueden ocasionar profundas crisis en la cotidianidad, desestructurando los modos de actuar de los individuos e incidiendo en las relaciones interpersonales. En la Argentina, durante las tres últimas décadas, la vida cotidiana de sus habitantes ha venido soportando recurrentes desestructuraciones reflejadas en los diversos ámbitos que la conforman.

La vida…cuál vida?

“ aquella esperanza que cabía en un dedal

evidentemente no cabe en este sobre

con sucios papeles de tantas manos sucias

que me pagan, es lógico, en cada veintinueve

por tener los libros rubricados al día

y dejar que la vida transcurra,

gotee simplemente

como un aceite rancio”

Mario Benedetti: Sueldo

Las últimas décadas fueron modificando la cotidianidad de los argentinos, trayendo consigo nuevos escenarios donde la crisis fue la constante. Nada era casual, ni ingenuo, ni inocente.

La década del noventa puso en evidencia la situación socioeconómica de los países del Tercer Mundo como así también la de los países del ex Bloque del Este: caídas de sus exportaciones, aumento de las tasas de interés sobre los nuevos créditos y disminución de los flujos de capital. Todos estos países deben afrontar una deuda externa en divisas y para ello utilizan parte de los ingresos por sus exportaciones donde la cotización de productos tales como petróleo, gas, minerales, azúcar, caucho – entre otros- está en fuerte baja. Los préstamos otorgados por el Banco Mundial, bancos privados y los gobiernos del Norte durante la década del setenta a los países del Sur, resultaban interesantes para estos últimos en la medida que los ingresos por sus exportaciones iban en aumento y podían reembolsar tanto los intereses como el capital. Para el Banco Mundial, orientado por los intereses de los Estados Unidos, los préstamos encubrían acciones estratégicas, que conducían a favorecer el desarrollo de ciertos países del Tercer Mundo aliados a potencias occidentales a fin de frenar la extensión de proyectos revolucionarios o simplemente antiimperialistas.

“Tenemos entonces – señala Eric Toussaint [5]- el siguiente panorama en los países endeudados: generalización y acentuación de las políticas de ajuste estructural; aumento del desempleo; reducción drástica de los gastos sociales; aceleración de las privatizaciones; degradación de la educación y la salud pública; desregulación de las relaciones laborales; enorme aumento del número de personas que viven bajo el nivel de pobreza absoluta…Los derechos humanos se ven directamente amenazados o violados por la aplicación de políticas de ajuste estructural”.

Así, la pobreza no sólo implica la insuficiencia de ingresos sino que también es un determinante en el acceso a otros bienes: una alimentación equilibrada que permita el desarrollo de una vida sana; una vivienda adecuada y no en condiciones precarias, con iluminación y calefacción; acceso a servicios e información; atención médica adecuada; contar con una fuente de energía para preparar los alimentos; acceso a una educación de calidad; vestimenta y calzado apropiado; un trabajo digno y medio de transporte al trabajo o lugar de estudio. Así mismo, y a la par de estas dificultades, se agrega la carencia de poder, la cual significa la debilidad e incapacidad para enfrentar la explotación y las demandas de quienes ocupan espacios de poder.[6]

En los últimos años, los discursos que tienden a dar respuestas a aquel escenario de fin de milenio, han circulado en torno a un concepto que algunos identificaron como un imperativo ineludible: la globalización, entendida como una serie de cambios que transforman la producción, la tecnología, el comercio, los servicios, las comunicaciones y los patrones de consumo. Se acuerda con la interpretación que respecto al tema afirmara la investigadora Alcira Argumedo[7] al señalar que: “la globalización de la economía, las finanzas, el intercambio y las comunicaciones y la información, no es más que el control creciente de estas áreas por parte de corporaciones gigantes en proceso de megafusiones, que se apropian de los esquemas productivos, de los sistemas bancarios y de los servicios de base de los distintos países, deteriorando el poder de decisión autónoma de los Estados nacionales y las posibilidades de competir por parte de las economías y los sectores débiles”

Aquellas modificaciones producidas en la economía capitalista afectan profundamente las relaciones a nivel macrosocial, pero también inciden -a veces de manera sumamente conflictiva- en la cotidianidad de las personas por cuanto la aplicación de las medidas económicas que devienen de la globalización, han generado profundas desigualdades entre las sociedades y también hacia el interior de las mismas. Así lo plantea Néstor García Canclini[8]: “engendran asalariados empobrecidos que ven sin poder consumir, migrantes temporales que oscilan entre una cultura y otra, indocumentados con derechos restringidos, consumidores y televidentes recluidos en la vida doméstica, sin capacidad de responder en forma colectiva a las políticas hegemónicas”.

Las medidas políticas adoptadas en la Argentina de los noventa, a la par de incorporar en el habla común palabras y frases que se remitían a un imaginario país del primer mundo, permitieron observar y vivenciar realidades donde la precarizacion y la desocupación laboral, la pobreza, la indigencia, la marginalidad y las consecuencias que devienen de tales situaciones, no sólo fueron aumentando los porcentajes sino exibiéndose en rostros que no discriminarían entre géneros y edades. Según la CEPAL, el 36% de la población de América Latina – 204 millones- se encuentra bajo la línea de pobreza y de ellos, casi 90 millones son indigentes. Pero si estas cifras pareciesen lejanas, basta acercarse a las estadísticas que muestran la situación de Argentina, donde se afirma que cerca de tres millones de personas ni siquiera logran consumir una dieta mínima en calorías y uno de cada tres adultos es pobre y uno de cada dos niños también es pobre.

Tal como en su momento había afirmado el economista Claudio Lozano al analizar la situación socioeconómica del país, una parte importante de la pobreza ya no sólo se ubica en sectores marginales, sino que los datos de la Argentina de los noventa mostraron que tal situación “ se esconde detrás de las puertas de los departamentos y las casas”.

El ámbito en el cual se produce la primera crisis es el que corresponde al trabajo. En relación al mismo, las cifras oficiales señalan que en el país hay 1.700.000 desocupados; 1.800.000 subocupados y 3 millones de trabajadores en negro con un sueldo promedio de 400 pesos. Así lo explicaba Laura Golbert[9]: “ El problema más serio que tiene la Argentina no es la pobreza sino el empleo. Las razones estructurales del incremento de la pobreza se encuentran en el mundo del trabajo: la caída salarial, la distribución del ingreso, la precarización y el desempleo”

Durante muchos años, generaciones de argentinos incorporaron en su imaginario dos actividades que a lo largo del tiempo, permanecerían inalterables: trabajo y educación. El primero significaba “permanencia, seguridad”; el segundo: “la posibilidad de la movilización social”. La aplicación de medidas de ajuste económico modificó substancialmente aquellas interpretaciones. El trabajo pasó a significar: precarización, desempleo; y la educación – a pesar que en algunos sectores continuara identificándose como una credencial social válida- también mostró sus dificultades.

El deterioro producido en el mercado laboral argentino, tiene efectos que van más allá del que se produce en el aspecto económico. Si se tiene en cuenta que el empleo es la principal fuente de ingreso de la mayoría de los hogares, pero al mismo tiempo, es una de las actividades fundamentales a partir de la cual se organiza la vida cotidiana de las personas, aquel deterioro incide, por consiguiente, en la socialización y en la conformación de proyectos de desarrollo social. Los cambios en el sistema productivo, volvieron al trabajo en una de las incertidumbres fundamentales de los argentinos. Tal enunciación se comprende pues alrededor de dicho ámbito se organizan una serie de significaciones que superan el tema salarial. El trabajo tiene una significación social que afecta en la construcción de la subjetividad y de la identidad social. Si este ámbito pasó a ser invadido por la incertidumbre, la desestructuración de la cotidianidad es su consecuencia más inmediata.

Un aspecto que adquiere gran relevancia en los momentos de crisis es el que concierne a la educación. En este sentido se percibe un aumento de las exigencias de formación para cubrir los puestos de trabajo. De esta manera es esperable que la demanda en los nuevos puestos de trabajo se dirija hacia los sectores con mayor educación formal. Por consiguiente, aquellas personas que corresponden a niveles económicos más bajos, se ven impedidas de lograr establecer un sólido vínculo con el sistema productivo a fin de contar con ingresos adecuados que les permitan cubrir sus necesidades, ya que por las carencias en las que se hallan inmersos, deben dar respuestas a las diversas situaciones urgentes, lo cual les obstaculiza la permanencia en el sistema educativo formal.

Al analizar el tema educativo se torna preciso resignificar el papel de la escuela como organización instituida. Durante mucho tiempo la escuela tuvo como misión sacar a las nuevas generaciones del ámbito de los intereses domésticos y privados. Los niños debían ser socializados como miembros de la esfera pública y allí la escuela constituía un espacio propicio y necesario para tal aprendizaje. En el escenario del fin del milenio, la realidad social se modificó y junto a las crisis ocasionadas en la cotidianidad, también las exigencias reclaman modificaciones hacia el interior de la organización escolar. Emilio Tenti Fanfani describe cuál es la situación de la escuela en los noventa en los siguientes términos[10]: “Hoy los muros de la escuela ya no son tan sólidos como antes. Los propios niños son los “caballos de Troya” de otros saberes y ámbitos de la vida. Sus lenguajes, sus intereses (y desintereses) sus temores, sus sueños y aspiraciones se introducen “de contrabando” en la escuela. Las preocupaciones de todos (la violencia, la desocupación y todas “las miserias del mundo”) quizá queden fuera de los manuales, pero es cada día más difícil franquearles la puerta de entrada a las instituciones educativas”

El otro, los otros y….nosotros?

“Vuelvo y pido perdón por la tardanza

se debe a que hice muchos borradores

me quedan dos o tres viejos rencores

y sólo una confianza”

Mario Benedetti: Quiero creer que estoy volviendo

La confianza es esencial para regular las relaciones políticas. Confiando en el otro se posibilita reducir los niveles de imprevisibilidad. Fundamentalmente la confianza es una relación intersubjetiva que se desarrolla en la interacción social a través de una secuencia temporal. Si bien la confianza no elimina la incertidumbre, posibilita lograr una mayor tolerancia frente a la inseguridad.[11]

Los cambios que se han producido en la sociedad global, han incidido en la confianza de los actores sociales y de las personas individuales. La consecuente desconfianza se puede reflejar en el repliegue hacia los microespacios como un modo de sobrevivir ante la disminución de la seguridad en el otro. Tal situación afecta negativamente a la economía, a las relaciones sociales y perjudica la consolidación de la democracia. La globalización enmarcada en una ideología neoliberal, contribuye a reforzar la tendencia hacia la desconfianza por cuanto privilegia al mercado por sobre las instituciones, incidiendo por consiguiente en las relaciones de confianza que se podría establecer entre los actores sociales.

La última década también ha puesto en evidencia cierto desprestigio de la clase política. Dos aspectos se han identificado con ella: la corrupción y percibirla alejada de las preocupaciones de sus representados: “Esta miseria de ideas y propuestas aumenta el desapego de los ciudadanos por la clase política, eso que los politólogos llaman “crisis de representatividad”[12]. Si se entiende que los partidos políticos constituyen la esencia del sistema, su desprestigio puede conducir a la emergencia de actores no democráticos. Por otro lado – en términos generales- la clase política también fue incorporando el clientelismo entre sus prácticas electorales, lo cual fue estableciendo estilos de dominación donde los derechos se transformaron en dádivas del poder y el asistencialismo el modo de cubrir las necesidades sociales.

La ausencia de respuestas por parte de la clase política, y de algunas instituciones esenciales como la justicia, posibilitaron la conformación de nuevos actores sociales que surgidos muchas veces de modo espontáneo, fueron ocupando espacios en el mundo público. Estos nuevos movimientos sociales se van construyendo a fin de brindar respuestas en aquellos ámbitos que el Estado ha abandonado, como así también a partir de nuevos intereses sociales[13].

Otro de los aspectos que caracterizaron la cultura política de la Argentina de la última década fue la frontera porosa entre el mundo público y el mundo privado. La sobreexposición mediática y la farandulización de los comportamientos condujo a banalizar el mundo público y olvidar el pudor por las acciones privadas. Así, el ámbito de la cultura debió incorporar a los medios de comunicación como nuevos actores sociales – que si bien- en ocasiones han sido la vía apropiada para que los ciudadanos tuviesen acceso a determinadas informaciones, no sólo del país sino del mundo entero, también es necesario reconocer el predominio de los intereses empresarios por sobre los creativos. La proliferación de programas televisivos del formato talk show, entrega de premios, apelación a una grotesca risa fácil, no ha resultado casual en tiempos de la estética menemista.

Un fenómeno que se ha ido agudizando en los últimos tiempos es el que corresponde a la violencia. No es la primera vez que los argentinos afrontan una “ola de violencia” y sus consecuentes acciones para superarla. Durante la década del ’70 la Doctrina de la Seguridad Nacional y la apelación al enemigo interno, trajeron consigo muertes, desapariciones, exilios internos y externos y se estableció la sospecha y el miedo como constantes en la cotidianidad. La reinstauración de la democracia en 1983 planteó el control y el orden jurídico como medio para resolverla. En la última década, “ la noción de seguridad ha sido contrapuesta al desorden social y la utilización instrumental de las denominadas “olas de violencia” ha dado lugar a la discusión y redefinición pública de aspectos normativos de la sociedad”, afirma la antropóloga María Victoria Pita[14], quien al analizar las razones de la exhibición cotidiana de imágenes de violencia agrega: “los planteos sobre la necesidad de incrementar el control y una mayor severidad en el castigo parecen vincularse más con la percepción que tienen las elites legales, políticas e ideológicas en los períodos de inestabilidad social y política que con un incremento de las tasas de comportamiento delictivo”. Esta explicación de ningún modo implica desconocer la existencia y el aumento de la violencia, pero al mismo tiempo plantea reconocer otros elementos vinculados con el tema. Uno de ellos corresponde a la vinculación entre desempleo y criminalidad. Al respecto el economista Ricardo Lagos[15] expresó que “ existe una correlación positiva entre desempleo y criminalidad: países que tienen más desocupación tienen más crímenes contra la propiedad”.

El otro elemento tiene que ver con la cultura del miedo que se genera a partir del sensacionalismo y la banalización, que tiende a alejar del análisis las razones económicas y sociales de la inseguridad. Los miedos contemporáneos, típicamente urbanos, reinstalan la condición de sospecha sobre el otro, tal como en la década del setenta lo había instaurado el autoritarismo; pero a diferencia de aquel tiempo, es el propio ciudadano quien recurre a conductas defensivas para proteger su microespacio social. De tal manera se vuelve habitual la proliferación de cerraduras de casas y automóviles; apelación a sistemas de seguridad, comunidades “cerradas y seguras”. Al mismo tiempo, y como una característica más de las medidas políticas adoptadas en la ultima década, la privatización de organismos de servicios públicos agregó otros miedos ciudadanos: la falta de control en el tema de seguridad de las empresas prestadoras de tales servicios, volvió a colocar en el escenario argentino el temor y la muerte.

Un lugar en el tiempo

“ una mesa es una casa

y la casa es un ventanal”

Mario Benedetti: Patria es humanidad

Tal como lo hacía diariamente luego de concluir su desayuno, se dirigió hacia su biblioteca y encendió la computadora mientras acomodaba libros y papeles en su portafolio. Luego clicleó sobre el ícono del servidor, tras él escribió su login, el password, PPP, F1, F7 y al tiempo que aguardaba que se efectivizara la conexión, se desperezó profundamente extendiéndose en la silla ergonómica. Segundos después, volvió a cliclear sobre el ícono del programa de correo y esperó que bajaran los mensajes. Amigos, colegas, propagandas, insoportables cadenas que prometían un venturoso futuro económico, listas de discusión, titulares de diarios, iban ocupando un lugar en la carpeta de entrada. Por razones de tiempo, sólo abrió y leyó algunos que le parecían más interesantes, ya sea por el remitente o el tema. Momentos después, mientras detenía su auto ante un semáforo, sonrió recordando un mensaje enviado por cierta persona ligada a sus afectos. Miles de kilómetros los separaban pero ambos podían conocer al instante las emociones y los proyectos del otro. De pronto recordó que aún no había podido leer el artículo que le había enviado en un attach un colega mexicano a quien jamás había visto en el plano real; lo haría al regresar tras colocar en la red el aviso sobre el seminario internacional. No era un cyborg ni había venido de otra galaxia ni pertenecía a alguna sociedad secreta. Millones de personas en el mundo, diariamente realizaban similares actividades. La incorporación de las tecnologías de información y comunicación en las formas de vida en sociedad, había modificado las relaciones interpersonales e impactado en la productividad laboral. Lo fundamental de la sociedad de las tecnologías de información, no radicaba en el soporte tecnológico sino en las características que asumían dos variables esenciales en la conformación de la vida: el tiempo y el espacio, ambos fundamentales para construir la subjetividad y la identidad social.

Hasta no hace mucho, para la gran mayoría de las personas, el espacio estaba íntimamente vinculado con la propia historia. Ese era el lugar antropológico, aquel en el cual Marc Auge[16] había incluido “la posibilidad de los recorridos que en él se efectúan, los discursos que allí se sostienen y el lenguaje que lo caracteriza”. Allí estaba presente “el otro” con una historia similar; con imaginarios compartidos y lenguajes sin traducción. “El otro”, signficaba conocimientos mutuos, confianza y hasta se podría pensar en proyectos colectivos que los hallarían, seguramente a ambos, caminando los mismos territorios en la vejez.

Junto al espacio, el tiempo se asomaba lineal en sus tres dimensiones: pasado, presente y futuro. Pero casi sin advertirlo, esos modos de pensamiento fueron cambiando. Agnes Heller[17] a propósito del tema afirmaba que:

“Los hombres modernos comienzan a experimentar su contingencia social como el signo de interrogación que ahora reemplaza la espacialidad fija (país, ciudad, rango) de su destino señalado. El futuro es abierto como espacio indeterminado; es, de primeras, un espacio extraño, el nicho oscuro que puede contener las riquezas de Oriente, pero que también contienen un sino impredecible”.

La mundialización, a la par de poner de relieve los procesos de anclaje y desanclaje, puso de manifiesto cómo los acontecimientos locales se configuran con hechos que ocurren a miles de kilómetros de distancia. Tal situación no sólo queda evidenciada en las relaciones macroestructurales, pues también en la acción de los microespacios sociales el hombre común también advirtió la incorporación del desanclaje en su espacio local.

La crisis económica, condujo a numerosas personas a dejar su lugar antropológico en busca de un trabajo. Otros hicieron lo mismo por un desarrollo profesional. Pero sin duda, el ámbito donde impactó particularmente la mundialización fue el que corresponde a la cultura y en él, los medios de comunicación. Ya para nadie resulta extraño observar en la pantalla del televisor, desde la final del mundial de fútbol en París; la visita del Papa a Cuba; el recital de un grupo de rock junto a los restos del Muro de Berlín y las luces de los impactos de la guerra del Golfo o la de Irán. Para otros, el monitor de una computadora conectada a Internet, les permitió seguir paso a paso el affaire de la becaria de la Casa Blanca, como conocer al instante la presentación del fiscal en el caso Pinochet. Lo global se incorporaba a lo local impactando en la cotidianidad. Esta situación haría que desde el ámbito económico-empresarial se hablase del término “glocalización”, aludiendo a la práctica de “pensar global, actuar local”. De este modo el espacio y el tiempo se han transformado; “el espacio de los flujos[18] domina el espacio de los lugares y el tiempo atemporal sustituye al tiempo de reloj de la era industrial”, señalaba Manuel Castells[19].

Pero concebido el espacio como la expresión de la sociedad y el lugar donde se desarrollan las prácticas sociales determinadas históricamente y con una significación particular, queda observar cuál es el uso que tanto del espacio como del tiempo se viene realizando en las últimas décadas. Brevemente se podría señalar que el uso de ambos es diferenciado y diferenciador. Algunos han explicitado que “ser local en un mundo globalizado es una señal de penuria y degradación social”[20]

En este escenario que muestra el fin de milenio, también el territorio urbano se fue convirtiendo en una lucha por el espacio. Aquellos lugares a los que hacía mención Marc Augé que habían sido trazados por el hombre para posibilitar el encuentro, la reunión, en las últimas décadas se transmutó en peligro y desconfianza en ciertos espacios, estableciéndose fuertes límites de protección. En otros, los espacios se “abrieron” al consumo aunque los límites se plantearían desde otra manera. Como dice Steven Flusty[21]:

“los espacios públicos tradicionales son reemplazados cada vez más por espacios construidos y poseídos por entidades privadas (aunque frecuentemente con subsidios públicos), destinados a la congregación administrada del público, es decir espacios para el consumo(…)El acceso depende de la capacidad de pagar (…)Aquí reina la exclusividad, que asegura los altos niveles de control necesarios para impedir que la irregularidad, la imprevisibilidad y la ineficiencia entorpezcan el curso pacífico del comercio”.

El derecho de soñar

“todos estamos rotos pero enteros

diezmados por perdones y resabios

un poco más gastados y más sabios

más viejos y sinceros”

Mario Benedetti: Quiero creer que estoy volviendo

Sosteniendo en su mano izquierda la taza con café, se dirigió hacia el dormitorio, encendió el televisor y se extendió a lo largo en la cama. Buscó el control remoto que estaba sobre la mesa de luz y lo halló bajo el Haiku, el último libro de Mario Benedetti que leía casi con devoción en los últimos días. Detuvo la imagen en un noticiero: el presidente electo ya estaba en su domicilio repuesto de la sorpresiva intervención quirúrgica. Los periodistas continuaban barajando posibles ministeriables a través de puzzle fotográficos. El gobierno saliente continuaba efectuando nombramientos en la administración pública y los gobernadores justicialistas se negaban al recorte de la coparticipación volviendo complejo el futuro presupuesto nacional. Un funcionario sospechado de corrupción salía de un juzgado seguido por sus abogados defensores. La Cumbre en La Habana afirmaba el principio de territorialidad en la justicia, mientras los reyes de España se detenían frente al Hotel Ambos Mundos en la Habana Vieja y Hemingway retornaba desde el tiempo bajando sin prisa por las escaleras de lustrosa madera del restaurado hotel habanero. Bebió un sorbo del café al tiempo que desde la pantalla del televisor reiteraban la invitación para la megafiesta de fin de milenio donde con un poco de buena voluntad, hasta podría brindar con un chino, un marroquí, un rapanuí, un caribeño, un correntino, un fueguino, mientras se sucediesen imágenes de fuegos artificiales, cantantes y danzas.

Esperanzas y expectativas eran las actitudes principales que parecía evidenciar la propuesta mediática. Al momento el periodista anunció nuevas reuniones para tratar temas de la transición y advirtió que casi no le parecía asombroso que en pocos días más, la Argentina estrenara un nuevo gobierno. Le volvieron imágenes del 10 de diciembre de 1983, plagadas de emoción y expectativas. Ahora había menos sueños aunque una inmensa necesidad de confiar. Un dato que mencionaba el periodista le llamó la atención y sintió preocupación: “hay 32.300 jóvenes de 15 a 24 años en Capital que no estudian ni trabajan». ¿ Qué proyecto de vida podrían construir esos jóvenes?, se preguntó, y quiso creer que alguna vez la realidad mostraría una democracia con posibilidades de comer, de educarse y tener acceso a una salud adecuada, en definitiva, a una vida digna. Advirtió que una vez más, intentaba creer en ese sistema de vida llamado democracia, la cual muy acertadamente alguien había afirmado que estaba hecha de deseos y miedos. Estos últimos remitían a inseguridades urbanas e incertidumbres sociales.

En el 2000, los argentinos se asomarían a un desafío donde la fortaleza de las convicciones, la tolerancia frente a las diferencias, deberían permitir el despliegue hacia las necesarias concesiones y un aprendizaje que permitiera compartir los espacios. Un gran signo de interrogación se ubicaba junto a la coalición ganadora que se asomaba en el escenario político, pues más allá de plantear nuevas reglas de juego, ordenadas y transparentes, anunciar el fin de un estilo de gobierno hegemónico, también planteaba la posibilidad del resurgimiento de ciertos valores esenciales para la vida, aquellos que como una vez lo había planteado Agnes Heller, no es que desaparezcan, están allí, aguardando el tiempo propicio para su reingreso en la cotidianidad.

Apagó el televisor. Fue hasta la cocina, abrió la heladera y llenó un vaso con agua mineral. Pensó en los jóvenes del 501 y aunque no compartía sus modos de actuar, se preguntó si aún habría tiempo para lograr el encantamiento de quienes decidieron alejarse el día de los comicios. Eso también, era parte de la cultura política del fin del milenio y la democracia debería plantear alguna respuesta. Caminó hasta su biblioteca y resolvió antes de irse a dormir, leer los mensajes de su correo. La lista del PRONAI anunciaba que el gobierno de la Alianza apoyaría el programa de informatización. Otro mensaje proponía evitar que Bussi asumiera como legislador y un tercero invitaba a enviar una nota al presidente uruguayo Sanguinetti en adhesión a la búsqueda del poeta Gelman por su nieto nacido en un centro clandestino de detención. Un nuevo actor debería ser considerado en el nuevo escenario: las tecnologías de información y comunicación podían transformarse en importantes aliados para el ejercicio de la cultura política. En relación al tema, Manuel Castells [22] había escrito que: “Los procesos de transformación social resumidos en el tipo ideal de sociedad red sobrepasan la esfera de las relaciones de producción sociales y técnicas: también afectan en profundidad a la cultura y al poder”. Estos nuevos actores de ninguna manera irían a suplir las instituciones formales de la democracia que seguirían siendo fundamentales a la hora del ejercicio del sistema. Pero sí, permitirían una vía alternativa para la participación ciudadana procurando un camino posible para un nuevo reencantamiento.

Regresó al dormitorio y se acostó. Leyó algunos textos del Haiku y el sueño fue llegando lentamente. Depositó sus anteojos sobre la mesa de luz y el libro quedó sobre el piso. Apagó la luz, respiró profundamente y se quedó dormida.

Desde algún lugar, un cinéfilo setentista repetía el último párrafo del monólogo final de aquella película española que le posibilitó más de una identificación:

“ Ya no tenemos papá

somos huérfanos….!

gracias a Dios….! “

Graciela Castro

gcastro@fices.unsl.edu.ar

 Psicóloga. Docente e investigadora. FICES/UNSL.

e-mail: gcastro@fices.unsl.edu.ar

[1] Castro, Graciela: La vida cotidiana como categoría de análisis a fin de siglo. Mimeo. 1997.

[2] Castoriadis, Corneliuos: El mundo fragmentado. Edit. Altamira. Montevideo. 1993.

[3] Fuentes, Mara: Subjetividad y realidad social. Una proximación sociopsicológica. La Habana. Mimeo. 1995

[4] Heller, Agnes: La revolución de la vida cotidiana. Ed. Península. Barcelona. 1994

[5] Toussaint, Eric: Quebrar el círculo infernal de la deuda. Le Monde Diplomatique. Año 1. N°. 3. Septiembre 1999.

[6] Castro, Graciela: Crisis de la cotidianidad. De los proyectos a las estrategias. Ponencia presentada en el Encuentro de Fin de siglo.América Latina. Utopías. Realidades y proyectos. Organizado por la Universidad Nacional de Salta. Noviembre de 1999.

[7] Argumedo, Alcira: Los rasgos de una nueva época histórica. KAIROS- Revista de Temas Sociales. Año1. N° 1. Segundo semestre de 1997. U.N.S.L.

[8] García Canclini, Néstor: Narrativas sobre fronteras móviles entre EE.UU y América Latina, en : La dinámica global/local. Ed. CICCUS-La Crujía. Buenos Aires. 1999.

[9] Golbert, Laura: La estampida de la pobreza. Clarín. 13 de junio de 1999

[10] Tenti Fanfani, Emilio: La escuela entre la cotidianidad y la pedagogía. Mimeo.1999

[11] Lechner, Norbert: El realismo político: una cuestión de tiempo; en Qué es el realismo en política? Ed. Catálogos. 1987. Buenos Aires

[12] Beinstein, Jorge: La coartada de la globalización. Le Monde Diplomatique. Año 1. N° 1. Julio de 1999.

[13] Castro, Graciela: Los nuevos actores sociales en tiempos de globalización. De la utopía a la acción. KAIROS- Revista de temas sociales. Año 3. N° 3. Primer semestre de 1999. Website: http://www.fices.unsl.edu.ar

[14] Pita, María Victoria: La gestión policial de la miseria. Le Monde Diplomatique. Año 1. N° 1. Julio 1999.

[15] Lagos, Ricardo: Desempleo y violencia. Suplemento Cash. Página 12. 15 de agosto de 1999

[16] Augé, Marc: Los “no lugares”. Espacios del anonimato. Ed. Gedisa. España. 1993

[17] Heller, Agnes: Dónde estamos en casa?. Revista Thesis Eleven. N° 41. 1995.

[18] Espacio de los flujos: organización material de las prácticas sociales en tiempo compartido que funcionan a través de los flujos. Manuel Castells, en La era de la información. Vol.1. Alianza Editorial. España 1999.

[19] Castells,Manuel: La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Vol.3 Alianza Editorial. Madrid. 1997

[20] Bauman, Zygmunt: La globalización. Consecuencias humanas. FCE. Brasil 1999

[21] Flusty, Steven: “Building Paranoia”, citado por Bauman Zygmunt op.cit

[22] Castells, Manuel: La era de la información. Vol 1. Alianza Editorial. España 1999

Cultura política en la cotidianidad de fin de milenio

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