Graciela Castro[1]

Introducción

«A mí me encanta vivir acá…. porque el barrio es muy tranquilo», comentó la mujer mientras su hijo acomodaba unos paquetes de cigarrillos en el estante del kiosco. Agregó: «puse el kiosquito para que los chicos no anden en la calle y tengan responsabilidad de algo». Otra vecina señaló que esos eran terrenos fiscales y por lo tanto, ninguno tenía su título de propiedad.

Con la particularidad de cada historia individual, todas coincidían en un pasado con dificultades económicas. Algunos habían llegado de provincias cercanas, otros de barrios de la propia ciudad. Un vecino aseveraba con cierto orgullo ser uno de los primeros moradores, mientras otros recordaban que dos años antes, a causa de una tormenta, se les había destruido la pieza donde vivían en otro barrio y «como éstos son terrenos fiscales…nos vinimos acá».

 

A casi veinte cuadras del centro de la ciudad y a pocos metros del río Quinto, un día del año 1998 un grupo de vecinos decidió que ya no pertenecían a la vecinal del Barrio San José. Esa cuadra y media, ubicada atrás de la antigua fábrica, se incorporaría en el imaginario social de amplios sectores de la ciudad, hasta de algunas instituciones formales, con el nombre de Barrio Esperanza. Los relatos coincidían en identificar a la autora de tal denominación, quien con simpleza explicaba las razones del nombre: “porque yo vine acá con la esperanza de tener algo, por eso le propuse ese nombre y hace seis años que estoy acá y ya tenemos la casa…también le ayudamos a otros a hacer la suya…

Con carencias en algunos servicios y muestras de algunos logros para beneficios comunes, niños y adultos construían su diaria cotidianeidad en el espacio que habían decidido identificar como su propio barrio.

 

 

Caminos diferentes

El tiempo y el espacio son las dimensiones centrales en la construcción de la vida humana. Ambos son antropocéntricos. (Heller, A: 1987). En el centro de ellos está siempre un hombre que vive su cotidianidad.

Desde la antropología Marc Augé (1993) ha estudiado la incidencia del espacio en la construcción de la identidad. Desde esta perspectiva se comprende que más allá del origen que tengan los integrantes del grupo, es la identidad del lugar la que une. Esta percepción subjetiva actúa como defensa frente a posibles amenazas externas e internas dando sentido a la identidad. A través de las actividades de investigación realizadas en el Barrio Esperanza, quedaron de manifiesto los diversos orígenes de los vecinos: «Hace como 25 años que vivo acá… Vine de Mendoza a trabajar en el matadero y me quedé nomás, qué le va a hacer!», expresó el hombre señalando hacia la esquina donde hasta hace un tiempo era su casa. Una joven que desde muy pequeña había llegado desde Buenos Aires recordó haber vivido en otros barrios de la ciudad donde en algún momento le habían prestado una casa para vivir. Aunque el tema de la escritura continuara siendo una promesa de algunos políticos, desde hacía seis años, la Esperanza había sido la alternativa. «Nos pidieron la casa donde estábamos y como no teníamos donde vivir llegamos acá y empezamos a construir». Algunos relatos mencionaban ciudades de la Provincia de Córdoba y otros tantos habían llegado de otros barrios de la propia ciudad de Villa Mercedes.

Junto a las situaciones propias de cada historia individual, la exclusión social fue el elemento común que determinó la conformación del espacio. La mayoría de los adultos carecen de un trabajo permanente: cirujeo, changas, ya sea en la construcción o en actividades rurales. Algunos, a cambio de una cierta permanencia, aceptan situaciones laborales irregulares: empleadas domésticas o limpieza de negocios en el centro de la ciudad. Esta situación no difiere de otras tantas que se observan en todo el país. Pero la diferencia en el caso analizado estuvo focalizada en la determinación del espacio físico y las motivaciones subyacentes.

En el sector sudeste de la ciudad, desde la cuadra posterior al frigorífico y extendiéndose hasta las márgenes del río Quinto, se ubica el Barrio San José, uno de las más antiguos de la ciudad. Su población se caracteriza por incluir desde clase media baja a sectores económicamente pobres. Hasta la actualidad, los planos de la ciudad incluyen en el barrio a las dos cuadras ubicadas detrás de lo que alguna vez fue una fábrica de productos lácteos próxima al río. En los terrenos cuyos dueños legales dejaron de pagar los correspondientes impuestos, las sucesivas conducciones del municipio nunca plantearon objeciones para que los que iban llegando de otros lugares, fueran construyendo su viviendas. Pero fue en el año 1998 cuando algunos habitantes de esas cuadras entendieron que eran marginados por la vecinal San José. A partir de lo que entendían como discursos cargados de prejuicios hacia ellos, decidieron conformar su propio barrio e iniciaron las acciones tendientes a lograr la personería jurídica de su correspondiente organización vecinal. De esta manera, se empezó a construir desde el imaginario el denominado Barrio Esperanza. Si bien un número importante de los vecinos coinciden en señalar a la persona autora de la denominación del barrio, algunos continúan identificando como parte del barrio San José a las dos cuadras que para otros ya tiene su propia identidad: «Le han puesto Barrio Esperanza, pero para mí es San José» dijo una vecina que llevaba siete años viviendo en ese lugar; dejando vislumbrar una cierta diferencia en su manera de autopercibirse en relación a sus vecinos y agregó «… Esperanza de que algún día ayuden a estos pobres diablos que viven acá porque es gente muy humilde que necesita ayuda».

Las marcas de la cotidianidad

El análisis de la vida cotidiana permite acercarse al conocimiento de los aspectos que van construyendo la subjetividad y la identidad social. La subjetividad resulta de la constante interacción entre lo individual y lo social. Esta interacción se proyecta en la sociedad a través de los modos de actuar, de pensar y de sentir.

Las instituciones dominantes, entendidas como las estructuras sociales cuyas significaciones construyen la realidad social, determinan los modos de actuar de los actores sociales, quienes actúan en consecuencia, expresando de este modo los rasgos de su identidad social.

Superando una visión solipsista de la vida, importantes teóricos (Schütz, A: 1993) afirmaron la importancia de comprender el papel de la intersubjetividad en la construcción de la vida cotidiana. Cada hombre nace y se incorpora a un mundo compartido, experimentado e interpretado por otros. En la conformación de las relaciones de alteridad, la experiencia del otro va incorporando elementos que configuran los modos de interacción social en la vida cotidiana.

En la vida social , la estructura urbana adquiere una particular significación. La ciudad resulta de la confluencia de tres aspectos: físicos, sociales y personales. Las situaciones socioeconómicas han dejado sus huellas en el diseño del espacio urbano. Cualquier observador que transite su propia ciudad o por calles desconocidas donde el temor a perderse sea superado por la curiosidad, puede advertir elementos que incorporados a su percepción, vayan dando forma a modos de vida propios de cada lugar.

  Sin duda, el factor económico siempre ha sido condicionante en la estructura urbana. Numerosos testimonios dan cuenta de las estrategias que adoptan algunos sectores sociales para enfrentar los problemas de vivienda y laborales. Las dificultades que provienen de la exclusión social se traducen en la conformación del escenario: viviendas precarias, carencia de los servicios básicos, fundamentalmente, agua potable y electricidad. Al vincular esta situación con el espacio urbano se ha recurrido a la expresión «barrio vulnerable». En la investigación psicosocial, se ha utilizado la expresión de vulnerablidad desde múltiples contextos. José Corraliza (1999) identifica dentro de este concepto a las «dificultades de una persona o de un grupo para resistir o hacer frente a una determinada amenaza o problema». Al analizar la calidad de la vida urbana desde la perspectiva psicosocial, se ha planteado contemplar la relación entre el bienestar y los recursos ambientales. En su informe acerca de la Vida urbana y experiencia social, Corraliza se refiere al modo en que Stokols (1990) investiga las dimensiones básicas que tiene el bienestar. Estas dimensiones incluyen la salud física, el bienestar mental y emocional y la cohesión social en la comunidad. La salud física reclama contar con determinadas condiciones de confort en el espacio físico (temperatura ambiente, ruidos, servicios urbanos básicos) que no expongan a sus habitantes a situaciones de peligro o carencias.

El bienestar mental, según el estudio de Stokols, hace referencia a la capacidad de control del escenario, las cualidades estéticas, la seguridad del medio físico, la existencia de elementos simbólicos de valor, entre otros aspectos. Finalmente, la cohesión social se vincula con las condiciones en que se desarrollan las interacciones sociales.

La salud física se vio alterada entre los vecinos del barrio al no contar con el servicio de agua potable. A través de análisis realizados por personal técnico de Obras Sanitarias Mercedes, se constató que el agua que utilizaban (extrayéndola de pozos) estaba contaminada. Esta y otras situaciones vinculadas con buscar alternativas para solucionar algunas dificultades en ese lugar, movilizaron a personas ajenas al barrio (políticos, organismos de derechos humanos, universitarios) para trabajar en forma conjunta con determinados vecinos. La presencia semanal de un grupo de médicos y psicólogos voluntarios, ha permitido controlar algunas dificultades relacionadas con la salud. En relación al servicio de agua potable y luz eléctrica, resulta fácil observar que un número importante de vecinos están «colgados» en la prestación de los servicios:» el agua me la pasan por ahí atrás, viene de al lado porque no tengo agua», comentaba una vecina quien tras relatar su historia terminaba afirmando la incuestionable realidad que significa no ser propietarios » dicen que no podés pagar los impuestos porque no tenés escritura….y no sé si la vamos a tener algún día, porque yo hago mi casa pero no sé si algún día me van a sacar zumbando…»

 Tal vez para los vecinos del Barrio Esperanza sobrellevar el calor del verano villamercedino sólo implique caminar algo más de 200 metros. Según relatan algunos memoriosos «el río ya no viene como antes», pero aunque el caudal haya disminuido tras la construcción de algunos diques, la cercanía de los vecinos al río, implica atravesar terrenos baldíos sin ningún trazado y donde algunos ven un sitio apropiado para tirar bolsas con residuos. «Vinieron la semana pasada de la municipalidad a limpiar ahí pero duró poco», afirmó una vecina cuya vivienda con una sola habitación está próxima al baldío, mientras sus hijos juegan en la calle sin que el peligro sea una conducta incorporada en sus prácticas de vida.

Las calles, que desde la perspectiva augeniana integran los itinerarios o caminos que conducen de un lugar a otro, permiten observar las estrategias a las cuales acuden los vecinos para la búsqueda de recursos económicos. Frente a alguna casa, no resulta extraño ver un caballo comiendo; en otras, los carros son la herramienta de trabajo para quienes diariamente cirujean por la ciudad.

 

En otra calle, donde las veredas están ausentes, unos montículos de arena aguardan posibles compradores, mientras los niños tras regresar de la escuela juegan a la pelota y unos perros duermen bajo el sol del mediodía.Al considerar los factores que inciden en la cohesión de la red social, los relatos ponen en evidencia características que presenta la interacción social. Este aspecto resulta interesante analizar en términos bourdesianos. En primera instancia, el análisis del campo social permite observar el modo como se presentan las relaciones de posiciones, definir lo que está en juego y percibir como se van determinando las relaciones de fuerza entre los participantes-agentes en la terminología bourdesiana. La posición de un agente puede definirse por la manera en que se distribuyen los poderes que actúan en cada campo. Estos poderes a su vez, se vinculan íntimamente con el capital económico, el capital cultural, el social y el simbólico. (Bourdieu, P: 1990). Trasladado este análisis al ámbito de estudio de la investigación, se comprende que desde el momento que algunos moradores del barrio decidieron conformar su propia vecinal y pasaron a denominar Esperanza a su espacio urbano, fueron dando forma a un nuevo campo social «la asociación vecinal del barrio San José no hacía nada por nosotros…nunca se nos invitó a una reunión», sostuvo una vecina mientras colocaba agua en el mate. Negado por algunos, aceptado por otros, el Barrio Esperanza se transformó en el campo social en el cual se fueron asomando y perfilando las posiciones de los vecinos.

  Aunque algunos de los entrevistados no conocen cuáles son las actividades que realiza, todos coincidieron en señalar a la misma persona como agente movilizador para la conformación de la asociación vecinal «yo voy a las reuniones, pero a firmar y nada más, las mayoría de las cosas las hace ella». El nombre de dos mujeres se reiteró en las entrevistas: «son las dos, la señora de allá tiene el comedor, la copa de leche… en la casa de la otra está el ropero comunitario, la salita y la escuelita». Ambas mujeres habían participado activamente en los primeros momentos donde se planteó conformar una nueva vecinal aunque durante los últimos meses, se fue observando un paulatino distanciamiento. La primera de ellas quedó con su comedor, mantenido con la colaboración de personas ajenas al barrio. Mientras que el nombre de la segunda de las protagonistas es el que se reitera en todas las entrevistas «ella lo que quiere es ayudar, pero vienen tantos políticos… prometen y después se olvidan». Ella, quien actualmente es la presidenta de una asociación que aún no ha sido reconocida como tal por personería jurídica de la provincia, aseguró no responder a ningún partido político en especial. A través de sus relatos se evidenciaba que ella conocía a todos los dirigentes políticos de la ciudad a quienes denominaba por su nombre de pila y de cada uno recordaba alguna conversación compartida y también promesas incumplidas. Esta mujer es quien cuenta con el mayor capital social.

La construcción de una red de relaciones le ha permitido obtener ciertas mejoras para el barrio, muchas de ellas ubicadas espacialmente dentro de su domicilio, tales como el centro de alfabetización, la salita, el ropero comunitario y comenzado a construir un salón multiuso; todos estos logros a partir de donaciones.

Otra de las dimensiones consideradas en el análisis sociológico se centra en el habitus. Esta dimensión teórica actúa como bisagra entre lo individual y lo social. Como ha señalado Alicia Gutiérrez (1995) en el habitus se incluyen los modos de pensar, de percibir, de sentir y de actuar de una cierta manera, habiendo sido interiorizadas por el individuo a lo largo de su historia. En relación al espacio urbano, esta dimensión se objetiviza en cada casa donde ya sea, sobre la inexistente vereda o en el patio de alguna de ellas, se observan los carros que utilizan para sus actividades de cirujeo. También en otras prácticas sociales es posible observar la incidencia del habitus: la distribución física de las viviendas, que incluye desde una sola habitación para uso del grupo familiar hasta construcciones precarias de otras habitaciones. En aquellos lugares, que Augé identifica con la denominación de encrucijadas o lugares donde los hombres se cruzan, se encuentran y se reúnen, una vez más queda reflejado el habitus de los vecinos del barrio: para los niños las calles no son lugares de peligro sino espacios de juego y para algunas mujeres la puerta de su casa puede servir para colocar sillas y conversar o tomar mate con familiares o amigos sin que nada de eso resulte una actividad extraña.  

 

A modo de conclusión

El dispositivo espacial permite expresar la identidad de un grupo. Ante posibles amenazas externas o internas, el grupo debe defender su espacio para que la identidad se conserve y tenga sentido. En el año 1998, un grupo de personas consideraron que eran excluidos de su barrio original y se propusieron conformar una nueva vecinal. El sentido de esta acción se centró en lograr respuestas a las necesidades sociales de muchos vecinos. Al marcar el límite de lo que se identificó con la denominación de Barrio Esperanza, definieron el espacio dentro del cual se moverían las acciones de los actores sociales implicados en el proyecto. Pero al marcar las fronteras, también se definieron las características que asumiría la vida cotidiana de sus moradores, las cuales no hacían más que reproducir el habitus de los mismos. Más allá de aceptar o desconocer la denominación del barrio, ninguno de los entrevistados manifestó su intención de alejarse de ese sitio. Entre esa cuadra y media quedaban historias y el logro fundamental: su casa, que simbolizaba la seguridad; el espacio donde día tras día podían regresar sin que significara peligro o incertidumbre. Su espacio, su barrio, más allá de la denominación que cada uno le otorgara.

BIBLIOGRAFÍA:

1- Augé Marc: Los «no lugares». Espacios del anonimato. Editorial Gedisa. Primera edición. Barcelona .España. 1993

2- Bourdieu, Pierre: Sociología y cultura. Editorial Grijalbo. Primera edición. 1990. México.

3- Castro, Graciela: Las dimensiones de tiempo y espacio y la sociedad de la información. Mimeo. 2000

4- Castro, Graciela: Crisis de la cotidianidad. De los proyectos a las estrategias. Ponencia presentada en el Congreso Latinoamericano de Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Salta. Octubre 1999

5- Corraliza, José Antonio: Vida urbana y experiencia social. Universidad Autónoma de Madrid. 1999.

6- Gutiérrez, Alicia: Pierre Bourdieu. Las prácticas sociales. Co-edición: Universidad Nacional de Córdoba; Universidad Nacional de Misiones. 1995.

7- Heller, Agnes: Sociología de la vida cotidiana. Ediciones Península. Segunda edición. Barcelona

8- Schütz, Alfred: La construcción significativa del mundo social. Primer reimpresión. 1993. Barcelona.

[1] Psicóloga. Docente e investigadora. FICES/UNSL.

Entrevistas: Julieta Rodrigo y Silvana Urtizberea

La cotidianidad y el espacio urbano

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